
Zaragoza, Santa Cruz de Itundujia, Oaxaca
Entre el café, la migración y la diversificación económica
En el mapa vemos que Zaragoza es el lugar en el que desemboca un camino sinuoso y pedregoso tras 10 horas de trayecto. Viajamos a dicha comunidad ubicada en el corazón de la Sierra Madre del Sur porque nos dijeron que ahí encontraríamos café en “cantidad y calidad”.
Pero conforme se asienta la polvareda del viaje, vamos entendiendo que la localidad ofrece muchas más historias que sólo la del café de calidad. Zaragoza está construido a lo alto de la Sierra Sur, las edificaciones y viviendas del pueblo mixteco se fueron alzando sobre la cresta de la montaña, para eventualmente derramarse ladera abajo por caminos agrietados y terrosos. Bajo la suave luz de la tarde, familias enteras montan a sus azoteas para limpiar el grano que tendieron a secar envueltos por el dulce aroma del árbol de guananche.
Aunque han pasado varias décadas sin hablar la lengua indígena, acatan los consejos de los abuelos y conservan la práctica de usos y costumbres a nivel local –si bien a nivel municipal se impuso la lógica “partidista”.
La juventud, que miró a sus padres migrar y ahora también sueña con cruzar la frontera hacia Estados Unidos, reproduce más los códigos de vestimenta de las periferias de Nueva York que los del México rural y somnoliento retratado en El llano en llamas de Juan Rulfo. Ellos andan con sus hoodies y ellas con sus jeans entallados y tenis de hiphoperas. Durante el día, ayudan en las labores del campo y al caer la tarde se dirigen a los cibercafés, los nuevos centros de reunión en donde se conectan a Facebook y chatean con los primos o parientes que se fueron para el otro lado.

Ponciano López y su hijo Armando despulpando el café en el beneficio húmedo.
Y es que todos se van, principalmente a Atlantic City en Nueva Jersey, pero también a los estados de Nueva York y California, donde trabajan en restaurantes, panaderías, hoteles o en la construcción. Algunos se desempeñan muy bien en su trabajo, como Armando López Sandoval, un joven largo y flaco de mirada triste que levanta costales de café pergamino como si contuvieran aire. Cuando ya tenía meses de estar de regreso en Zaragoza, su patrón en Estados Unidos todavía lo buscaba por teléfono, insistiendo en que volviera para reincorporarse al trabajo en el restaurante. “Una vez gané el empleado del mes; y luego gané el empleado del año” suelta una tarde, después de despulpar y tender el grano a secar. Armando aguantó 6 años, en algún momento sosteniendo dos empleos donde las 24 horas del día le obsequiaban 4 para dormir. Ahorró, regresó y se casó con su novia del Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos (Cecyte), Siria Romero López que tiene de sonrisas lo que Armando de tristezas y quien durante la ausencia de este último se fue a Morelia a estudiar computación. Poco antes de cumplir dos años de casados –el 14 de febrero– abrieron sobre una de las lomitas del pueblo el “Ciber Arlett” en honor a su hija recién nacida, Arlett Sherlin.
Los guiños hacia Estados Unidos se ven por todos lados: en las viviendas cuyas varillas desnudas sobre la azotea siempre sugieren la posibilidad de un segundo o tercer piso; en los camiones torton que atraviesan el pueblo cargados con troncos de madera donde se lee la frase “America. Love it or leave it” escrita en la salpicadera junto a un águila de cabeza blanca.
Con nombres como Arlett Sherlin, la migración no sólo se ve, también se oye. La generación de Ponciano, Bulmaro, Gaudencio y Antolino, que trajo al mundo a la generación de Blanca Estela, Jonathan, Jesús y Adolfo, ahora recibe como nietos a bebés con nombres como Emily Juliette, Hannia Janney, Heidi, Kenya, Mitzy o Elioth Jeremy.
Son estos, que ahora corretean felices a las gallinas de traspatio y comen tortillas de nixtamal, quienes seguramente crecerán en casas de “material” con luz y teléfono, mientras que en 1989, cuando Gaudencio o “Bencho” se casó con Rebeca Riaño González, eran tres las casas de concreto y la inmensa mayoría de la comunidad dormía en hogares construidos con madera o adobe. Las remesas han sido el motor de todo –o buena parte– de lo antes descrito.
Si en 18 años nada cambia en Zaragoza, esta última generación podrá elegir de entre tres tipos de tenencia: la pequeña propiedad, terreno comunal o terreno ejidal.
Se volverán adultos en un lugar que aún elige a su policía comunitaria a mano alzada en asamblea y que en caso de ser necesario implementa toques de queda a partir de las 21 horas, como ocurrió en 2013 como medida de protección ante una ola de robos con violencia que concluyó con el linchamiento de dos supuestos asaltantes en el poblado vecino de La Reforma, Putla de Guerrero (uno murió al salir de su domicilio e intentar escapar, mientras que su cómplice fue sacado de la cárcel municipal para ser asesinado en la explanada, reportaron medios locales en su momento).
Pero constante a lo largo de toda esta implosión cultural está el café, producto que llena de orgullo a los Zaragoneses, pese a que antes al igual que ahora, ha vivido momentos en los que parece que lo trabajan por amor al arte y nada más, ya que cuesta más producirlo que venderlo.
La misma Rebeca, de cuya parcela salió un café que le mereció un reconocimiento en el certamen Taza de Excelencia México 2013, cuenta como se desentendió de la cosecha 2004-2005, desalentada por los bajísimos precios del grano. Pero su suegro, para quien los cafetos que había sembrado unos 30 años atrás eran legado y herencia, retomó los trabajos: pizcó las cerezas maduras y limpió la parcela, cosechando unos 15 sacos de producto. Para Rebeca sirvió de lección y unos meses después se reincorporó a los trabajos de poda y limpia. “Como mujer me interesa el proceso de mi planta”, dice con el tenate a la cintura, y reflexiona, “el dinero de las remesas mantuvo los cafetales, pues aunque no saliera ni para pagar a los mozos, los seguimos trabajando”.
El sociólogo Armando Batra, quien acuñó el término de campesindios, indica que la relación del campesino con el mercado no es una donde se busca obtener ganancia –como ocurre con el empresario capitalista– ya que los productos agrícolas suelen ser vendidos por debajo de los costos de producción, sino una relación en la que las ventas sirven para comprar lo necesario para el consumo. Miguel Tejero, asesor de la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca (CEPCO), reproduce el concepto cuando explica en entrevista que el cultivo del café no supera el 30 o 40 por ciento del dinero que entra a las familias cafetaleras, quienes diversifican sus ingresos.
“Hay componentes que son importantes como el jornaleo, los recursos por la migración, los subsidios que tienen del Estado mexicano –a través de la Sedesol, Sagarpa y otras. Todo eso constituye una diversificación de la fuente de ingreso. Por otro lado los productores de café tienen otras actividades como su traspatio, su maicito, un pequeño comercio. La suma de todo eso es tener una estrategia campesina de resistencia”, contrasta.
El cultivo del café en un sistema de producción campesina indígena es diferente al de las grandes fincas, que es muy fácil que quiebren. Cuando el productor grande se da cuenta que ya no puede pagar el financiamiento al banco lo abandona y se va hacia sectores mucho más rentables.
“En el caso de Oaxaca, por ejemplo, la mayoría de los finqueros habita en la ciudad capital y ya muy poquitos viven de la producción de café, sus hijos ya no son productores, fueron a la Universidad y son profesionistas” –añade.
Lo anterior queda claro en Zaragoza, municipio de Santa Cruz Itundujia, donde la miel y la madera también constituyen fuentes de empleo y donde la mayoría del pueblo ejerce algún oficio o profesión el tiempo que no dedica a su cafetal.
Es así que Rebeca y Bencho atienden su local de carnitas “Tacomex”, mientras que Catalina vende abarrotes y Siria renta el uso de Internet. A la par, Antolín es inspector interno de la CEPCO, Alberto carpintero y Angelina enfermera.
Pero por amor y por tradición, el pueblo mixteco sigue identificándose primero que nada como productor de café. “Yo ya tengo un oficio pero eso no me quita el deseo de seguir con mi café, es una tradición. Yo crecí con mi abuelo y fue algo que él me dejó”, ejemplifica Alberto.
Y lo hacen bien. Tan bien que su cosecha se ha vendido como la “Perla de Oaxaca”, una marca que la CEPCO desarrolló para vender a Intelligentsia Coffee, una empresa estadounidense de tostado y expendio de café de especialidad.
“Cultivado a 1800 metros sobre el nivel del mar, este café es dulce, suave, flexible y extremadamente fácil de beber. No es un café intelectual o complicado, sólo es delicioso. Tiene tonos achocolatados, de limón dulce acaramelado y cerezas oscuras con un sabor residual amielado”. Así describen los catadores de Intelligentsia Coffee al producto de Zaragoza.
“Hemos visto muchas operaciones en todo el mundo y ninguna se compara al nivel organizativo y de comunicación de nuestros pares en Oaxaca”, agregan en su reseña.
Quizás eso explique cómo, mientras la plaga de la roya da al traste con el campo mexicano y centroamericano, en la comunidad aledaña de San Luis Yucutaco, la cooperativa crece en viveros una variedad de planta que ha tolerado al 100 por ciento la roya y da buen puntaje en taza. Las 16 comunidades afiliadas a la cooperativa cuidan con esmero sus viveros con miras a renovar sus cafetales viejos con esta ‘nueva’ variedad que aún no saben identificar por nombre.
Desde su comunidad construida sobre una de las crestas de la Sierra Madre, el pueblo mixteco está demostrando los caminos no sólo de un México profundo, sino como dijo un amigo, de un México posible y es que, como resume Intelligentsia, por aquellos lares confluyen un “gran café, paisajes espléndidos y un grupo de personas dedicadas”.
2 comentarios
Excelente reseña… son las riquezas que sólo los simples logran entender. Los humildes lo disfrutan y Dios que los provee… Saluditos a la familia Zaragocense.
Hola, me encanto la forma textual en la que capturas todo el mundo místico dentro de nuestro poblado de Zaragoza, conforme iba leyendo, iba recordando los años de mi infancia en los que viví ahí en Zaragoza, recordar sus maravillosos amaneceres esos paisajes que la altura de la montaña te regala, ver el banco de nubes a los lejos que se ha formado sobre el río Tigre, y tomar cada mañana una taza de café para comenzar el día, acompañado de una tortilla de maíz hecha a mano “recién salida del comal”, como dicen en el pueblo.
Saludos y excelente trabajo, para dar valor a los productos que se hacen con mucho amor a lo largo de su proceso.
Una cafetalera más de ZARAGOZA ITUNDUJIA.